viernes, 26 de agosto de 2016

UNA MISIÓN

UNA MISIÓN 

Hace mucho tiempo, un aviador relató su encuentro con un pequeño príncipe venido de las estrellas. De las muchas historias que el infante le reveló, brilló una entre todas ellas: el encuentro con el zorro. Este sorprendió al príncipe con bellas descripciones de la amistad; cuando los dos amigos concertaban su cita a las cuatro, el zorro le confesaba ser feliz desde las tres. Tan sencillas y pocas palabras bien ilustraban el sentimiento de alegría anticipando el encuentro con un amigo.
Era una tarde de verano. Quedaron en verse de nuevo al día siguiente y ella quiso sorprenderle. Le dijo que se presentara a las diez y cinco en la parada de autobús que quedaba cerca de la playa de Levante, ni un minuto más, ni un minuto menos. Ella tomaría ese mismo autobús algunas paradas antes. Aquella indicación debía cumplirla rigurosamente, pues la coordinación era clave en la importante misión de esa mañana, como si la dictaminara la mismísima Providencia. La inquietud se apoderó de él. Por una parte, quería saber; por otra, el misterio le inspiraba y no quiso preguntar más. El misterio ganó. Y ambos se despidieron hasta la mañana siguiente.
Con una emoción inusual dio un brinco de la cama. ¿En qué consistiría la misión? No conseguía intuirlo. A las diez en punto bajó rápidamente a la parada, llegando un minuto antes de la hora pactada. Cinco minutos después asomaba un autobús en el horizonte, y una llamada perdida en el móvil le indicaba que, efectivamente, ese era su autobús.
Pasaron la jornada conversando y riendo sin tregua mientras el tiempo se escondía  sin que ellos se dieran cuenta.
A las dos se dijeron adiós. De vuelta a casa, se paró en seco y se rió. La misión era algo tan sencillo y especial como pasar una mañana juntos, pero siempre se puede poner un punto de magia a la ocasión.